jueves, 31 de enero de 2008

El día perfecto de Antón


Hola, un amigo mio ha visitado nuestro blog y ha dejado esta entrada contando su día perfecto. Precioso, ¿verdad?
En mi día perfecto me despierta la luz tamizada por la persiana o las cortinas de una habitación acogedora en no importa qué lugar del mundo. Después de un beso casi imperceptible, que puede quedar integrado en un sueño, aparezco en el cuarto de baño sin ninguna prisa (jejeje). Cuando salgo está ya despierto y voy a hacer un zumo de naranja para los dos. A partir de ahí ya todo da igual, el día será perfecto de cualquier modo, porque aunque caigan chuzos de punta o al gato de la vecina le atropelle un camión delante de mis narices nada podrá estropear el día (si no, simplemente no se trataría de mi día perfecto, y si negamos la mayor mal empezamos este breve -ja! jamones breve!- relato). Desayuno de nuevo, ahora un café con leche y un pincho de tortilla de patata con cebolla en una terraza mientras despereza el sol. Tomamos el autobús hasta el embarcadero con destino a Niteroi, subo la rampa del museo de arte contemporáneo de Rio de Janeiro, y tras ver todas las exposiciones volvemos a desayunar en su cafetería restaurante, ahora un vino blanco con almendras saladas. De camino al Pan de Azucar una cosinha y un zumo XXL en una puesto de la calle. Arriba sol a raudales con la vista perdida hacia Corcovado, hacia Copacabana e Ipanema. Una foto con Sara e Iván en la cabina sideral del funicular. Un traqueteo de camino de tierra hasta el gran azul de Dahab para sumergirme entre peces y corales y un milkshake en Friends, pescado y más vino blanco para seguir... ¿desayunando? Una paradita en la Egypt's Tourist Police. Ah no, de eso nada, me he equivocado, es una paradita subiendo la escalera del apartamento frente a la comisaría de la calle Warmoes de Amsterdam, para ver como se mueven las lámparas de puro regocijo. Descanso con mini siesta incluida y me canso de no descansar en la siesta por los arrebatos del buen vivir en compañía. Alguien en el salón pone una canción a to trapo entre lenta y animada, seguramente es techno, y salimos de la habitación con una sonrisa de oreja a oreja. Me mojo el pelo en el lavabo y vuelvo a... desayunar! ahora un café bombón y un dulce de leche (las cosas buenas, si redundantes dos veces buenas). Un paseo por calles empinadas hasta llegar al camino que baja entre los pinos y la playa. Klaus, el hippie alemán, me recoloca las vértebras de un abrazo a traición y entro al agua con olas blancas que me empujan a un microclima de rocas de todos los colores, tamaños, sexos e idiomas. Me seco al sol y, ¡qué curioso!, me ofrecen un pincho de morcilla con un vino tinto que no puedo rechazar, aunque no pegue para desayunar. Al subir tirando pal monte, como quien dice, el sol se esconde poco a poco pero yo no, yo me pongo unos pantacas de chúpate esa mandarina y la camiseta que me regalaron. Eunice me pone unas gotas de colirio y hale! a correr! Cuando los últimos rayos de sol tocan la pared encalada, Jorge, Daniel y Mariola ya están sentados en la puerta del bar con las cartas barajadas y los amarracos contados. Santo palizón -tres cero- que celebramos ella y yo a grito pelao sin el más mínimo pudor. Vamos todos en moto hasta el restaurante de la carretera. Hay velas hasta en el pico del pato que lleva en el sombregorro el camarero, y me emociono cuando veo que la mesa da la vuelta como en espiral psicodélica y no puedo contar bien cuántos somos (he vuelto a desayunar adrenalinatropina o alguien ha vuelto a hacerse otro cigarrito de queso de la risa, no me cabe duda). Las copas empiezan como empiezan siempre estas cosas y siguen en el chiringuito con los pies descalzos en la arena, con la luna llena y un musicón del quince, oiga. Ah, se me olvidaba, Sting y Madonna bailan conmigo -los tres abrazados- mientras me cantan al oído alternando acordes y versos de temazos de siempre con unas cancioncillas que han compuesto para la ocasión y luego se ponen a bailar con vosotros y nos dejan, por fin!, solos a mi novio y a mi.


Muchos besos

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